La navidad. ¿Un momento mágico?
Ahora llega la navidad; es tiempo de besos, abrazos… buenas palabras…
decir lo que no se piensa, si es malo lo que se piensa… y si no se quiere
faltar a la verdad, adornarlo con barrocas palabras, que al final acaban rayando
en la mentira.
La navidad es mágica… eso dicen… es mágica para los niños , que no
entienden de maldades ni de hipocresía, digo yo, o para los necios, los que lo
son o los que nos volvemos, en estos tiempos de zalamerías, derroches, (los que
pueden, que cada vez son menos) y generosidad mal entendida.
Pero para cualquiera que no sea niño, ni cándido; la navidad no es
distinta a cualquier otra época del año.
Bien es cierto que se celebran almuerzos… cenas… brindis… Como el que
celebró junto a los periodistas, el jefe de un gobierno de corruptos… que
promete ser más bueno en el futuro, o por lo menos, hasta que las urnas se
pronuncien y decidan si seguirán siendo sus colaboradores quienes nos roben, o
vendrán otros, cargados de buenas palabras, pero que sin duda no tardarán en
repartirse su trozo de pastel. Porque empiezo a pensar que en este país, eso de
de ser ladrón y político, excepto muy honrosas excepciones, va de la mano.
Y cenas… cenas de empresas… los que todavía tienen la fortuna de
pertenecer a alguna; que no tengan que vivir del paro o de míseros subsidios.
En las cenas de empresas procuramos dejar de ser nosotros mismos, y
prolongarlo todo lo que nos sea posible… alargando cada plato, comiendo
despacio, riendo mucho, con cada chiste, por muy patético que este sea… con
cualquier estupidez. Luego estiramos la hora de las copas… porque estamos
felices… simplemente… sin saber muy bien por qué. Procuramos alargar las horas…
sin pensar en que se acabarán esos momentos en que no somos nosotros, puede que
ni mejores ni peores, simplemente… otros.
Las organizamos en restaurantes caros… lo más caros que pueda permitirse
la generalidad… y hay quienes cenarán chóped en noche buena, y harán que lo
cene su familia, pero se dejarán lo que les cueste el cubierto, para asistir a
tan glamuroso evento; olvidando que la vez que mejor lo pasaron en sus vidas
laborales, fue jugando un futbolín y bebiendo una cerveza a morro, en el bar de
la esquina, con sus compañeros más allegados.
Luego se sacarán fotos… bebiendo y riendo… con los jefes, y los jefes de
los jefes… Como si fuese una constante, compartir esa camaradería… Como si
fuese lo habitual… tan compenetrados como soldados de un mismo frente, pero
obviando que en todos los ejércitos siempre hubo oficiales y clases de tropa.
Mañana amanecerá… el sol se dibujará por encima de las montañas como
cada día… pero ya no será navidad. Los problemas seguirán ahí, pero habrá que
afrontarlos con la resaca de aquellas copas de más, y con el recuerdo de
aquella cena de empresa, en la que todos nos sentimos importantes… únicos por
unas horas.
Los jefes, ahora volverán a ser los que eran… buenos o malos, los de siempre; y no
maravillosos, como en la cena de empresa. Estarán tan frustrados como tú…
porque todos los jefes tienen otro jefe, y el más jefe de todos los jefes…
tiene algo peor… su conciencia. Y pobre del que no tiene conciencia, porque
antes o después deseará haberla tenido.
Me queda por mencionar los almuerzos, los almuerzos navideños; estos son
mis preferidos, y de todos ellos, cuando se reúnen un montón de jubilados, para
verse un año más y recordar sus pasados.
Para mí, estas comidas son las más puras, las más auténticas; porque en
ellas no buscan medrar, ni tienen que dorar la píldora a ningún imbécil, ni a
ningún engreído, tampoco a nadie que sea ambas cosas, que van juntas a menudo.
Los jubilados, en estos encuentros, ríen o lloran de verdad, sin que
nada ni nadie los condicione; porque ya están de vuelta de todo, y su edad les
proporciona tablas y agallas de sobra para hacerle un corte de manga a la vida…
tantas veces como quieran.
Esos jubilados, que, unos hace más y otros menos, una vez fueron
jóvenes; y unos cuantos más que se niegan a dejar de serlo… Esos... son mis
héroes… por ellos… y sólo por ellos, debería ser verdad la navidad, y no una
ficción comercial.
Mi padre; un octogenario que siempre sabe sacar su mejor humor cuando me
encuentro con él, contándome anécdotas de su almuerzo navideño de este año, me
relató como un compañero de su quinta, con ochenta y dos años en su haber, se
niega a dejar de circular en su vieja motocicleta de gran cilindrada, a pesar
de su edad, y que suele viajar a menudo con su señora, de Málaga a Granada,
para tomar un café.
Y esos… esos son mis ídolos, hombres a los que me gustaría parecerme, si
la vida me da tregua para alcanzar esas edades.
Pero cuando pregunté a mi padre cuando estaba prevista la próxima
reunión… vi más claro que nunca que la navidad es una farsa. – En breve…- me
dijo, -… esas comidas las celebramos a menudo.
Ya perdieron demasiado tiempo en
sus vidas esperando para celebrar algo. Mi padre, con sus ganas de vivir y de
reír, mi madre que siempre da un paso adelante ante cualquier festejo, junto
con sus amigos los motoristas, no necesitan la navidad para ser felices, ni su
amparo para festejar nada. Ellos y su extenso grupo, que celebraron tantas
navidades, no precisan días en rojo en ningún calendario para arañarle alegría
a la vida, ni que el Corte Inglés les diga que han de divertirse en navidad…
ellos lo hacen durante todo el año… Siempre que pueden.
Por eso ahora estoy más seguro aún que antes… la navidad es sólo para
los niños y los necios.