lunes, 15 de junio de 2020

Dejar de huir



Por fin… Esta mañana lo decidí. Me quité la mascarilla que esta Nueva Normalidad trae atada y recorrí con mi vieja bici los caminos que tanto había transitado antes de esta crisis.  Miré el mar… Y el río… Ambos eran azules… tanto o más de lo que lo eran en la normalidad obsoleta. En realidad tenemos lo que teníamos. Pero me di cuenta de que había desperdiciado los tres últimos meses de mi vida… Con miedo… Huyendo de un Asesino que nadie entiende de donde ha salido ni por qué se ceba con nuestros ancianos.

Ahora que he decidido quitarme mi máscara para hacer deporte... De manera literal, pero también rompiendo las cadenas que dicho complemento significaba … Rebelándome contra ese miedo, que tanto he odiado siempre, y al que en todos los casos, a lo largo de mi vida, he enfrentado, sin darle ni darme tregua…  Ahora… Después de obviar al coronado asesino, más que por valentía por supervivencia; hago memoria de mis tres últimos meses y trato de rescatar lo que me llevo, además del terror ya comentado.

El sabor agridulce cobra protagonismo… Dulce de los ojos de sanitarios, fuerzas de seguridad, trabajadores esenciales etc. Uno mi aplauso y consideración a los de todos los que como yo, agradecidos, aplauden.

Sin embargo, mi sabor amargo surge de todos aquellos que entendieron, esta, una oportunidad más de llevar las circunstancias a su terreno, y aprovecharse de ellas. Son muchos… Más de los que nos pensamos. Pero es así… Ellos, sumidos en su egoísmo y arrogancia, se miran el ombligo y nos demuestran, una vez más, que no son lo que nos merecemos y que están lejos de serlo.

Pido a la suerte o el destino que les de lo que merecen. Porque si ganan algo de todo esto, tal como pretenden, deben saber por siempre que están bailando sobre tumbas; sobre el dolor de aquellos que no pudieron ni tan siquiera velar sus seres queridos y en muchos casos, su desunión y soberbia firman sentencias de muerte, aunque ellos no tengan la decencia de sentirse responsables. Porque hay que ser  tan valientes como humildes para admitir la culpa; y es a partir de ese punto cuando se empieza a construir. Y es mucho el trabajo que queda por hacer.

Yo seguiré cada día batiéndome el cobre con mis miedos, porque me cansé de huir…. Seguiré mirando ese mar inmenso que tanto me aporta y que continúa impertérrito conservando su color, en el que se ven resaltados sus tonos gracias a la caricia del sol tibio que lo ampara. Porque tanto equilibrio me confirma que no todo está perdido. Antes o después se nos dará la oportunidad de que los que se burlaron de nuestro dolor tengan que ajustar cuentas con nosotros y nos enfrenten sin el lastre del miedo y la incertidumbre.

Espero que todos estemos a la altura de darles su merecido... Que ninguno de ellos vuelva a engañarnos.