Ha pasado mucho tiempo…
Quizá demasiado.
Solo queda el recuerdo casi
extinto de mi fama en las cabezas de unos pocos, a los que una noche, puede que
con la ayuda de un buen vino, obnubilé con mi cante.
Pero yo sigo aquí… y mis
recuerdos frescos como el primer día. Un curioso hechizo me condenó a seguir
vivo dentro del contorno de una estatua.
En mitad del paseo marítimo
miro el mar, día y noche… que mejor espectáculo que ese… sus olas… con esa
espuma blanca que les da vida, y las presentan a mis ojos como aquellas
hermosas mujeres que conocí en vida, haciendo serpentear, coquetas, las colas
de sus trajes de gitana.
Pero mi tiempo es eterno, y
ahora permanezco mudo… no puedo volver a hacer aquello que tanto me gustaba en
vida… Cantar. Es por ello que me volví un poco fisgón, y no puedo evitar
centrarme en los que pasan ante mí , o en aquellos que se detienen a observar
mi busto y leer la inscripción que me presenta.
Los miro despacio… de arriba
abajo, y deduzco por sus caras el estado en que se encuentran. Creo que la
mayor parte de las veces acierto, pero si es así, o no, nunca llegaré a
saberlo.
He vivido una declaración de
amor y una ruptura amorosa; por supuesto, en la clandestinidad de mi estado.
Curiosamente no volví a ver a los que rompieron, pero sin embargo veo con
frecuencia a esa pareja que me hicieron testigo cuando se otorgaron el primer
beso.
Deben ser de por aquí, de
este barrio… los he vuelto a ver abrazados por la cintura y caminando despacio…
luego pasaron los años… Los vi pasear con un cochecito y con un bebé rubio de
grandes ojos. Esos eran mis momentos más felices. Luego vinieron días de
grandes tempestades… La mar se mostraba furiosa y no permitía que disfrutaran
del paseo. Pero también supe encontrar la hermosura de aquellas tempestades…
Parecían como si la mar mostrara su carácter, ante la osadía de los vientos.
Cuando se calmaba… Cuando
recuperaba su dulzura habitual, volvían a pasear ante mí aquellos enamorados de
antaño, con aquel pequeño que ya andaba solo, apretando fuerte la mano de su
madre, que le transmitía seguridad, y de poco en poco se intercambiaban
sonrisas. Él, el padre… orgulloso, caminaba dos pasos por delante de ellos,
como mostrándole al mundo cuanto habían conseguido, él y su amada, con su amor.
Luego… luego pasaron muchos
años… muchas tempestades y calmas chichas. Pero aunque yo no envejezco ellos si
lo hacen. Después de mucho… se presentó ante mi busto, una vez más, aquella
pareja. Ahora en ambos despuntaban las canas, y caminaban solos, sin el
pequeño, que sin duda ya sería un joven, pero brillaba en sus ojos el mismo
amor de antaño… el que tenían en sus miradas cuando se dieron el primer beso
años atrás. Se pararon ante mí, y ella le recordó a él que allí empezó todo. Se
besaron en los labios, y siguieron su camino.
Cuando se marcharon
comprendí que ya estaba harto de mi inmortalidad… que en el futuro vería como
aquella pareja iba envejeciendo… y temía que algún día, solo caminara ante mí
uno de ellos… cabizbajo… lamentando que el tiempo le hubiese robado el amor de
su vida.
Me sentí tan angustiado que desperté. Tras cobrar esa
conciencia que se pierde cuando duermes profundamente. Comprobé que yo no era
aquel busto en medio de un paseo…que no era inmortal como creí.
Todo había sido un sueño… Un
sueño que empezó siendo hermoso y acabó en pesadilla.
Sin embrago, tras aquel
sueño aprendí algo… Que la vida es corta, pero mucho menos corta que para
alguien que vive eternamente… Que el mar es muy hermoso en todas sus facetas… y
que siempre debes mirar a los ojos sonriendo al amor de tu vida… por mucho que
pase el tiempo para ambos… Por mucho que os castigue la vida o el paso de los
años.
¡Precioso relato! José Luis, te felicito, me ha encantado. ¡Qué bien escribes! Un abrazo.
ResponderEliminarUn abrazo amiga... perdona que haya tardado tanto en contestarte. Es que últimamente escribo muy poco... Otro abrazo.
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