sábado, 30 de mayo de 2015

Un pedazo de pan vacío

Todo se acaba en la vida... Eso es evidente, y por eso no puedo evitar convertir en mi credo el posicionarme en contra de cualquier cosa que llega a mis oídos y me parece injusta y denunciable.
Un hombre sabio, puede que el más sabio que conozco, me hizo un comentario con todo  el conocimiento que derrama una persona que sentencia, seguro de sí mismo y sin ningún tipo de condicionamiento; " la política es mentira..., es un engañabobos despiadado, y todo lo que tiene que ver con ella no es otra cosa que pura demagogia".
No sospeché en el momento de oír su teoría, cuanto de cierto reconocería ahora en aquella afirmación.
Procuro no arañar a la vida nada que no me parezca necesario, pero no puedo pretender no ser ciudadano del mundo, ni coartar mi oído, mi inteligencia y mi razón, por ese orden, guardando silencio ante tanta barbarie, mala intención o incompetencia; o, un poco quizá de cada uno de los citados tres defectos, que encierran gran parte de mujeres y hombres que conforman la clase política española.
Tanta injusticia y tanto atropello, con mayor o menor intención acaban clavándose en mi alma como a fuego y provocando mis letras más exaltadas.
Que voy a hacer al respecto..., escribir es lo que tiene, que no es siempre una virtud social que te permite hacer amigos, ni pretendo que todo el que me lea me entienda o comparta mis argumentos; pero lo que en este blog plasmo, como siempre, es mi opinión, a sabiendas y otorgándoles todo mi respeto a esos muchos que piensan de otro modo , y me borrarán para siempre de entre sus amigos de facebook.
Todo se encendió en mi cabeza de repente, como  sucede cuando uno sufre cierto estimulo externo que le obliga a cobrar consciencia sobre algo que siempre estuvo ahí, pero que por estar sumido en mi conformismo, nunca despertó esa desidia a caer mal por decir verdades como puños, que no todo el mundo quiere escuchar.
Se trataba de ese anuncio de televisión, en la que una madre convence a su hija, dándole un pedazo de pan abierto y vacío, para que valiéndose de su imaginación lo rellenase de lo que más gustara, para que así tuviera una merienda suculenta.
Este anuncio es de un dramatismo exacerbado y por desgracia  muy real en demasiadas familias españolas.
El gesto, tan bien caracterizado, de esa madre, abrazando a su hija con los ojos inundados en lágrimas debió doler mucho a esos políticos, que tienen en sus manos el poder evitar que tantos niños pasen necesidad, acertando con sus políticas; y si no ocurrió así..., si ese gesto no les removió, además de que no tienen conciencia, no son dignos de representarnos.  Que no estamos hablando del tercer mundo, que por desgracia siempre estuvo ahí, como símbolo del egoísmo humano; que ahora estamos hablando de nosotros..., de los de aquí..., de nuestros hijos, de ellos, que están pasando hambre mientras ustedes, señores políticos, me da igual vuestro palo o vuestras creencias..., estáis quitándole el pan , y no tenéis más preocupación que sentaros en un sillón para robar más; aquel que ya nos ha robado, o para empezar a hincar el diente en el suculento pastel de lo ajeno; aquellos que aún no han tenido la oportunidad de robarnos.
Ahora seguid predicando vuestras virtudes, y las virtudes de vuestros programas..., seguid en busca de todo ese poder que tanto deseáis.   
Estamos todos locos..., lo que más importa a los que nos queda algo de conciencia, es que ese anuncio deje de ser verdad; que los padres nunca sufran la aberración de ver que sus hijos pasan necesidad..., ese debe ser vuestro mayor anhelo... Porque han conseguido que yo, y muchos otros como yo, tengamos que dar la razón a ese hombre sabio que afirmó algo que, yo hoy, suscribiría a voz en grito, si pudiera hacerlo en el mundo de las letras: - LA POLÍTICA NO ES MAS QUE UNA GRAN MENTIRA-
https://www.youtube.com/watch?v=-rQP59rshCI

domingo, 10 de mayo de 2015

El pintor de cuadros



  Esta noche me sentí un caballero… Serlo…, puede uno serlo en mayor o menor grado en cualquier momento, pero sentirse tal…, en raras ocasiones tiene uno el privilegio de sentirse.
Fue obra de Juan; llamémoslo Juan, porque en realidad desconozco su nombre. Lo deduje de la difícilmente legible firma que plasmó en el vértice inferior izquierdo del pequeño cuadro que me vendió.
Nunca había comprado un cuadro en mitad de la calle; es más, nunca había comprado en la calle nada que tuviese más valor que un boleto de lotería. Pero esta noche, Juan, me vendió su cuadro.
Juan es un hombre de unos sesenta años, enjuto en extremo y sin dientes. Su cara es una muestra de lo duro que puede pegar la vida. Luce una media melena ondulada cuyas guedejas peina en capas perfectamente ordenadas, a pesar de sus carencias tiene el porte de un pintor de otro siglo. Lo había visto otras veces caminando por mi barrio, distraído…, ausente…, concentrado, pude que en su arte, o puede que siempre se muestre prevenido ante las puñaladas que asesta la vida.
El caso es que hoy se dirigió a mí, derrochando una perfecta educación, una educación que tampoco reconocí de este tiempo; mostrándome el cuadro que ilustra este escrito, y presentándome una oferta para su venta, esmerándose en la forma…, hablándome rápido, nervioso, pero con palabras muy elegidas; se notaba que para Juan era vital venderme aquel cuadro.
No tardé en darme cuenta que Juan no era un pedigüeño cualquiera…, era un autor, que por necesidad ejercía de marchante de arte, educado en sobremanera y  de una vasta cultura. En definitiva, alguien a quien merecía la pena escuchar.
Solo le hice una pregunta: “¿Lo pintaste tú…?”.
 Lo cierto es que nada más pronunciar esas palabras sentí que al hacerlo había demostrado una soberbia que no pretendía. Me estaba dirigiendo, hablándole de tú, a un hombre al que no conocía, que era mayor que yo, y en todo momento me trató de usted y de señor; una fórmula que hoy en día, rara vez se utiliza junta. Es por ello que me sentí un poco miserable, y ese sentimiento ya me había hecho decidirlo, muy caro tendría que ofrecerme ese cuadro para que no se lo comprara.
Al entender que estaba mínimamente interesado en su arte, me hizo una oferta que me pareció irrisoria por algo que sale de la mano de un artista, pero como digo, era tanta la necesidad que tenía de llevar a cabo aquella venta, que sin dejarme siquiera terciar palabra, bajó por dos veces su oferta.
No me pude negar a comprar esa pequeña obra de arte…, ese cuadro que encabeza estas líneas.
Una vez adquirido, ya más relajado y feliz por haber conseguido esa venta, me confió que había tardado cuatro días en pintarlo, que lo hacía por necesidad y porque se le olvidaba el hambre mientras lo pintaba….
Es una casa en la playa, y no es que sea el más hermoso cuadro que nunca he tenido, pero lo dejaré siempre coronando mi biblioteca, entre mis libros, donde pueda verlo a diario; porque no es el cuadro más hermoso que nunca he tenido, pero sí es mejor que cualquier otro. Así lo catalogué desde el momento en que Juan me dio su última explicación: “… Cuídelo señor…, esa casa es mi sueño.”
Pocas son las personas afortunadas como yo, que pueden guardar un sueño en su biblioteca.