Por fin… Esta mañana
lo decidí. Me quité la mascarilla que esta Nueva Normalidad trae atada y
recorrí con mi vieja bici los caminos que tanto había transitado antes de esta
crisis. Miré el mar… Y el río…
Ambos eran azules… tanto o más de lo que lo eran en la normalidad obsoleta. En
realidad tenemos lo que teníamos. Pero me di cuenta de que había desperdiciado
los tres últimos meses de mi vida… Con miedo… Huyendo de un Asesino que nadie
entiende de donde ha salido ni por qué se ceba con nuestros ancianos.
Ahora que he decidido
quitarme mi máscara para hacer deporte... De manera literal, pero también
rompiendo las cadenas que dicho complemento significaba … Rebelándome contra
ese miedo, que tanto he odiado siempre, y al que en todos los casos, a lo largo
de mi vida, he enfrentado, sin darle ni darme tregua… Ahora… Después de obviar al coronado
asesino, más que por valentía por supervivencia; hago memoria de mis tres
últimos meses y trato de rescatar lo que me llevo, además del terror ya
comentado.
El sabor agridulce
cobra protagonismo… Dulce de los ojos de sanitarios, fuerzas de seguridad,
trabajadores esenciales etc. Uno mi aplauso y consideración a los de todos los
que como yo, agradecidos, aplauden.
Sin embargo, mi sabor
amargo surge de todos aquellos que entendieron, esta, una oportunidad más de
llevar las circunstancias a su terreno, y aprovecharse de ellas. Son muchos…
Más de los que nos pensamos. Pero es así… Ellos, sumidos en su egoísmo y
arrogancia, se miran el ombligo y nos demuestran, una vez más, que no son lo
que nos merecemos y que están lejos de serlo.
Pido a la suerte o el
destino que les de lo que merecen. Porque si ganan algo de todo esto, tal como
pretenden, deben saber por siempre que están bailando sobre tumbas; sobre el
dolor de aquellos que no pudieron ni tan siquiera velar sus seres queridos y en
muchos casos, su desunión y soberbia firman sentencias de muerte, aunque ellos
no tengan la decencia de sentirse responsables. Porque hay que ser tan valientes como humildes para admitir
la culpa; y es a partir de ese punto cuando se empieza a construir. Y es mucho
el trabajo que queda por hacer.
Yo seguiré cada día
batiéndome el cobre con mis miedos, porque me cansé de huir…. Seguiré mirando
ese mar inmenso que tanto me aporta y que continúa impertérrito conservando su
color, en el que se ven resaltados sus tonos gracias a la caricia del sol tibio
que lo ampara. Porque tanto equilibrio me confirma que no todo está perdido.
Antes o después se nos dará la oportunidad de que los que se burlaron de nuestro
dolor tengan que ajustar cuentas con nosotros y nos enfrenten sin el lastre del
miedo y la incertidumbre.
Espero que todos
estemos a la altura de darles su merecido... Que ninguno de ellos vuelva a engañarnos.