No pude
evitarlo… Sólo era una escalera inundada por una luz cenital que la hacía
misteriosa. Observando su curso, acudieron a mi mente que siempre corre
inquieta y no duerme nunca, las preguntas con respuestas que siempre me ofrece
cuando la dejo cabalgar a su antojo, sin tomar las riendas que la condicionen;
y a pesar de que son muchas, y las muestra atropelladas y a borbotones, he de
reconocer que algunas de esas reflexiones son dignas de tener en cuenta.
No sé por qué…
supongo que por otro de esos caprichos de mi imaginación enfebrecida, noté como mi vida transcurría entre los
peldaños de aquella escalera que se mostraba ante mí, y empecé a elucubrar
sobre cada una de las cuestiones que ya había vivido y que ahora, como por arte
de magia, se me mostraban resueltas de manera cristalina.
Descubrí… que
la vanidad es un monstruo que hay que erradicar. Y que los silencios, antes o
después, pasan factura… Que tener miedo es morir un poco y que perdonar suma
vida.
También
aprendí que el amor tiene un precio, pero pagarlo es la inversión más rentable
que podemos hacer… y cuando se ama de verdad… es generosidad lo que sobra.
Lástima que no
nazcamos con estos pocos conceptos aprendidos… porque el final de la escalera
está ahí para todos… y entenderlos es lo que nos hará que la bajemos en paz y
felices.