A veces
no damos valor a lo vivido... Tan solo el presente y lo venidero nos preocupa.
Los recuerdos no los catalogamos como lo que son... algo valioso... La raíz de
nuestra esencia... El sustento del cansado árbol que es nuestra existencia.
La
maqueta de este coche, que mi mejor amigo… de manera artesanal... quemando
mucho de su poco tiempo libre, obviando que le ardieran los ojos por el
esfuerzo de colocar las diminutas piezas que lo componen, con el admirable
acierto que lo hizo; envenenado con la ilusión de ofrecérmelo y así verme
embargado de emoción… Porque sabe cuánto significó ese automóvil para mí y la
historia de mi vida… de mi juventud lejana, a la que mirando esa réplica que él
se aseguró de calcar de aquel original, no puedo evitar volver a aquel entonces
por unos instantes, que trato de prolongar
sumido en un dulce episodio de paramnesia, comenzando a saltar, como
luces que se encienden, los más dulces recuerdos de mi juventud.
Recordé
que fue ése el templo donde, asiendo el volante muy fuerte, experimenté por
primera vez la libertad… La autonomía.
En aquel
viejo Volkswagen encontraba siempre la sonrisa de mi tío, al que quise siempre
tanto, y que me cedió aquel coche, cargado también con sus recuerdos…
generosamente… Tal como un legado muy especial que se hace a alguien que estás seguro que lo sabe apreciar.
Dentro
de su forma ovalada, descubrí que el mundo era grande y que no tenía límites… y
que una mujer podía ser tu compañera
para toda la vida.
Quemé
muchas ruedas con aquel cansado automóvil… Y a pesar de que viajaba a lomos de tan senil compañero, las
carreteras me llevaron a lugares a los que, en mi juventud, jamás sospeché que
podría llegar.
Sí… Ese
coche me hizo sentirme importante por primera vez… y me dio el empuje necesario
para estrenar esas alas que hasta entonces sentía atrofiadas.
Por eso
amigo, no sabes cuánto te agradezco este regalo… o mejor dicho… tú, mejor que
nadie lo sabes. Porque sólo un amigo
como tú sería capaz de hacerme un regalo tan valioso… impagable.